Casta parasitaria • Castaparasitaria: El pacto de los corruptos, según Fernando Jáuregui (III)

RAJOY COMPROMETE SU PRIMERA ENTREVISTA COMO PRESIDENTE
CON LA PERIODISTA MAGDALENA DEL AMO:
“ Cuando sea Presidente de Gobierno tendrá usted la primera entrevista como Presidente del Gobierno. ”
(16 de junio de 2005. Véase minuto 16:20 y ss. de la entrevista).

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25 de abril de 2010

El pacto de los corruptos, según Fernando Jáuregui (III)

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-Por Roberto Malestar

(Cfr. «El pacto de los corruptos, según Fernando Jáuregui (II)»)

Nada obsta, sin embargo, para que el periodista “se alegre” por dicho aparente acercamiento entre socialistas sin comillas y “populares” entrecomillados. Esta voluptuosidad en torno a los acercamientos —proximidades, rozamientos, tocamientos y demás sobas de la erótica hispánica aneja a la “cosa pública”— cae, no obstante, fuera de la presente órbita crítica, aunque no así la alegría que la sustenta. ¡Qué alegría! ¡Menuda alegría la gozosa alegría del pozo! No la del esperanzado pozo del Tío Raimundo, sino la del aciago y corrompido Pozo del Tío Fernando. En efecto, apenas el señor Jáuregui nos había puesto la alegre miel de los acercamientos en los labios, por la que incluso conseguimos lengüetear entre ellos como sensuales Al Pacinos, nos la retira y sustituye, sin previo aviso, por la totalitaria hiel de la corrupción; por el cruel statu quo de una sistemática desesperanza —sistemática o “estructural”, que así llaman hoy a lo efectivamente sistemático los holísticos ignorantes de la coexistencia elemental: «A la fuerza ahorcan, claro está: es tal el desprestigio que la clase política está acumulando que algo, al menos, tiene que cambiar, piensan ellos, para que todo siga sustancialmente [corrompidamente] igual.»

¿Es horca o no es horca? En qué quedamos. O como de ordinario —con ordinarios modos y maneras— interroga cierto epiceno engendro sexual, oxidadamente anclado en el cinematógrafo franquista de Berlanga: el Anticristo del periodismo español: pero vamos a ver, ¿es puta o no es puta? ¿Es horca o es alegría? ¿Alegría de la horca, quizá? ¿O postrera sublevación de la voluptuosidad en la libido del ahorcado? Ante lo cual, he aquí que la más humana de las preguntas se impone; hic Rhodus, hic salta: ¿pero por qué, a santo de qué Viernes Santo este sadismo desesperanzador en víspera del no menos santo Pacto (de Resurrección) de los verdes brotes de los brotes verdes?

Sobre todo, ¿por qué, apenas trompeteada la alegría del arcángel, patibulariamente, el Sr. Jáuregui nos trae la horca de la contradicción, como un oxímoron fogoneado desde el averno sulfúreo y efervescente de su radical desorientación? «A la fuerza ahorcan, claro está.» Claro. Ahora ya sólo falta dilucidar si esa horca corresponde a “nuestros” políticos o, más bien, se trata de la nuestra propia: la horca del votante ahorcado, a quien, cuatrienio tras cuatrienio, se le desploma la cara de imbécil, su cara de colgado basculante entre el Pinto y Valdemoro de la corrupción nacional, que nada tiene que ver con el bonosocialismo, y sí mucho, en cambio, con la más profunda y dramática depauperación de la vida pública y privada de los españoles, con la declinación actual de sus usos y sus costumbres.

Nada extrañe pues, que, de desazón en desazón, cada cual se exhorte a sí mismo: “¡No vuelvo, no vuelvo a votar!”. Máxime después de comprobar cómo los ateos más audaces de la autodenominadaizquierda” viven como Dios (una vez más, “se puede ser socialista y rico”), y cómo, a su vez, quienes dicen creer en Éste, apostar por la vida y por la lengua común, nada más hacerse con las instituciones del Estado, comienzan a camuflar los crucifijos; a renegar —encima, ¡sin que nadie se lo pida!— del propio “Movimiento”, no precisamente presocrático, del que proceden, al mismo tiempo que, sonrojados por una cándida incoherencia, brindan su respeto mayor al “Movimiento Vasco de Liberación”. Y también, cómo una vez hechos con los resortes del Poder, comienzan a “traficar con” la lengua española, conculcando los derechos constitucionales (“—¿constituqué…?”) de quienes, creyendo firmes las promesas de respetarlos, les otorgaron su voluntad política (así, en su momento, el señor Fraga Iribarne en Galicia; así, en el suyo, don José María Aznar con Cataluña, y quién sabe si también así —Dios no lo quiera— el señor Núñez Feijoo en Galicia, atenazado, como da la impresión de estarlo, por dos instituciones que se representan a sí mismas, una de las cuales —el Consello da Cultura Galega— no la conocen más que quienes se alimentan y engordan a cuenta de ella, los mismos cuyos nombres, de no ser otro nido de parásitos el llamado Consello de Contas de Galicia, conoceríamos todos).

¿Sadismo desesperanzador? Nada de sadismo. ¡Promesas de pura y dura sodomía! ¡Promesas!, ante las cuales un socialista coherente, con cierta llama de dignidad, Pablo Castellanos, nos recitó hace ya unos años el supremo y tácito principio de la política española, de sus señorías y sus señoríos: «Prometer hasta meter, y después de bien metido, nada de lo prometido.»

Dicho queda, pues, por Fernando Jáuregui que «a la fuerza ahorcan, claro está: es tal el desprestigio que la clase política está acumulando que algo, al menos, tiene que cambiar, piensan ellos, para que todo siga sustancialmente [corrompidamente] igual.» Mas si tal sucede, ¿quiénes son ellos? El señor Jáuregui no alude a unos pocos y determinados políticos, a algunos, sino, de manera indeterminada, a la totalidad de la clase política y, en consecuencia, al conjunto de quienes la integran y piensan que algo, por lo menos algo, tiene que cambiar «para que todo siga sustancialmente igual»; todo, exacta y corrompidamente igual.

Ante ello, con fruncido ceño de desusado convencimiento, se nos propone la sodomita purga de Benito —“un Pacto de Estado”— consistente en que los españoles prolonguemos el consentimiento de que se nos continúe purgando dorsalmente; o lo que es peor, que sean los mismos pirómanos quienes pacten la solución contra el fuego. Pero me temo que tampoco resulte esto ecuánime, porque los incendiarios que provocaron la presente y prolongada situación de corrompida calcinación social, ante la que ahora, despavoridos y desorientados, comienzan a correr, de aquí para allá, con sus alocados gritos de putas viejas —“¡brotes verdes!, ¡brotes verdes!”—, resulta que, mírese como se mire, son precisa, y no justamente aquí, quienes continúan disponiendo del gobernalle de la tal “cosa pública” invocada por el articulista. De otro modo: incongrua, la solución que se nos propone es que, quienes tengan la cara partida, pacten en cada caso, mediante su opositora representación, con quienes se la partieron. Aún por encima.

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R. Malestar Rodríguez
(25/04/10)
rmalestar@gmail.com


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