Casta parasitaria • Castaparasitaria: Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (V)

RAJOY COMPROMETE SU PRIMERA ENTREVISTA COMO PRESIDENTE
CON LA PERIODISTA MAGDALENA DEL AMO:
“ Cuando sea Presidente de Gobierno tendrá usted la primera entrevista como Presidente del Gobierno. ”
(16 de junio de 2005. Véase minuto 16:20 y ss. de la entrevista).

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21 de mayo de 2011

Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (V)

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-Por Roberto Malestar

(Cfr. «Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (IV)»)

TEORÍA DEL «YO NO SOY TONTO»
A los hechos incontrovertibles ni se les puede ocultar ni se les debe soslayar. Un hecho fuera de toda controversia es que estamos asistiendo a las exequias ideológicas del Partido Socialista Obrero Español, inconsciente y como eternamente dormido en el regazo de ese letal Morfeo que, de no despertar a tiempo, terminará acunándolo para siempre: el neoconsocialismo del PSOE de las JONS. En lo que queda de aquél, jerárquicamente parasitado, desde el último aplaudidor hasta el Jefe indiscutible, el jonsismo de los nuevos ricos ha ido atomizándolo, partiendo el partido; convirtiéndolo, paulatina y letalmente, en un inocultable y vergonzoso haz de juntas de ofensiva neocon, cuyo emblema más definitorio podría ser el cronwelliano «nulla vestigia retrorsum» revolcado entre los tufos del más grosero "progresismo" mercantilista; y cuyo sentido: «ni un solo paso atrás que merme nuestros vínculos con la benéfica oligarquía societaria que nos permite progresar so capa de la pingüe "macroeconomía".» No es su único sentido, ciertamente, pero la insaciable e insolidaria codicia que lo preside lo sobrepone a todos los demás.

Entre tanto, todavía silente, peligrosamente taciturno, otro progreso de paradójica suerte avanza también: el progreso de los retrocesos, por cuyo sumidero se desangran los derechos sociales. Entre ellos, el primero, el derecho de toda persona a poder servir a su comunidad con un trabajo dignamente remunerado. El derecho, con el recíproco deber, que le confiere su social dignidad. Se trata de un derecho preeminentemente natural de la persona, por lo tanto, anterior a la positiva sanción de cualesquiera constituciones —que en modo alguno lo legitiman—; un derecho por el que los cientos de miles de víctimas del "progresismo", que apenas pueden vivir sin mirar de reojo los contenedores de basura, deben tener idénticas prerrogativas de dignidad económica que los Peces-Barba del derecho positivo y el huero constitucionalismo, de los archi-insistentes pero inexistentes derechos fundamentales: justi-legios de los más sistemáticamente conculcados por privi-legios de los menos.

Ahora bien, para la justificación de aquella insaciable e insolidaria codicia que lo caracteriza, el principio "ético" héticamente desplegado por el haz jonsista del neoconsocialismo español es triple:

1) se puede ser socialista y rico;

2) por ser socialista y rico no hay que sonrojarse; y

3) ser socialista no significa tener que vivir en la indigencia [donde el «no tener que vivir en la indigencia» en modo alguno excluye el paradoxal "laicismo" del vivir como Dios].

Todo lo cual mercantilmente ampliado ahora con el reclamo «Yo no soy tonto». Una advertencia comercial que, traída al predio de lo político, nada tiene de baladí. Con ella, los responsables —vale decir, los mánagers-CEO— de la telaraña de tiendas, tenderetes y grandes superficies del neoconsocialismo progresista han decidido presentar sus rebajas políticas de temporada, contando, por supuesto, con la tradicional inmemoria histórica de sus anestesiadas víctimas. Pero por más potente que sea la dosis del gregarismo, las anestesias sociales, un buen día, de repente y sin saber apenas cómo, comienzan a pasar, pierden su anestésica efectividad. Se entiende: ante el interminable abofeteamiento de la realidad, su química termina volviéndose políticamente inhábil. Sólo entonces, con la pedagogía social del maltrato, más o menos reflexivamente, nos acontece caer en la cuenta del verdadero valor de las "superofertas" políticas; ésas que deberemos pagar a crédito, que, en rigor, hemos comenzado a pagar ya con la tragicómica Visa de la generaciones empeñadas.

Y sin embargo, encintada por la social cuestión, una duda deprimente se antepone ante nosotros: ¿no será inútil, no será igual, no será estar clamando en el desierto? Porque siendo una evidencia histórica la propensión genética de los españoles a dejarse timar, ¿cómo burlar la biología? En la patria de las Afinsas, de la Pícara Justina y el Lazarillo de Tormes, del Ideal para la Humanidad y el sacro-progresismo, una maleta millonaria en recortes de periódico perfectamente yuxtapuestos goza de mayor prestigio económico que el valor de cuatro mil euros de curso legal. Cómo, si no, entender el gran triunfo que sobre España ha tenido la Crisis Planetaria de las Codicias. Tanto tiene si son maletines con meros recortes de papel; pisos hormonados en los laboratorios de las "Cajas de Ahorro" —tétricas Cajas de defunción social, impúdicamente denominadas, ¡todavía!, de ahorro; o paradoxales ficciones de progreso, como la del insolidario regreso a la caverna sociopolítica del yo no soy tonto, del sálvese, en fin, quien pueda.

Significa ello, por lo pronto, que la distinción entre ficción y realidad carece de sentido para el español. A diferencia de Kant, que así lo pensaba de los thalers, el español no piensa, sino que primeramente, con fe de carbonero, cree que «cien monedas reales no contienen más que cien monedas posibles.» Después, cómodamente instalado ya en la creencia, retorciéndose sobre si mismo como el viejo lince ibérico de paradojas que efectivamente es, pecará nuestro compatriota contra el orden de los términos; invirtiéndolos, por su puesto, a su antojo: donde dije digo, digo Diego. Así, en el gran birlibirloque de la alquimia nacional, «cien monedas posibles» pasarán a «no contener más que cien monedas reales.» Pero, lo mismo que en el pecado va la penitencia, en la ficción va la estafa —la estafa es la penitencia del iluso—, porque cien billetes papel-prensa, no es ya que contengan menos, es que nada contienen de cien billetes de curso legal.

Extiéndase ahora lo dicho a la participación en el negocio de la política nacional e interróguese cada cual: ¿qué nos lleva a creer que «cien ficciones de progresismo no contienen más que cien progresos reales»? A resultas de lo cual, los españoles somos más kantianos que los alemanes. Eso sí, lo somos a nuestro modo: creyendo, más que pensando; sustrayéndole al pensamiento lo pensado, para sustituir lo pensado, fruto del penoso esfuerzo, por la haragana y cómoda creencia. Es nuestro ibérico modo, el modo ponendo tollens. Somos unos kantianos del revés. Lo que en este sentido somos, no lo somos, pues, en virtud de un esfuerzo reflexivo de conciencia mediante el cual poder ponernos en claro con las cosas y con nosotros mismos, no.

El ímpetu que mueve al español no es la luz del claro que orienta en la penumbra del bosque, sino el oscuro y desmedido afán de propiedad sobre el bosque mismo; no pocas veces la vesania de hacerse enteramente con él, con su totalidad, totalitariamente durante veinte, treinta o, tal vez, cuarenta años. He aquí otra creencia nefasta de nuestra época: creer que a los totalitarismos no le es posible respirar por los pulmones de las democracias, cuando su refinamiento máximo y mayor disimulo consisten en cabalgar contracivícamente sobre legislaturas de cuatro años. Mas repito que lo fácil es instalarse en la creencia dejándose ocupar por ella; lo difícil, conseguir desocuparla de nosotros, desalojarla del fondo último de nuestras comodidades. Lo difícil, en verdad, es des-creérnosla.

¿Cómo negarse, pues, ante la invitación a participar en el banquete de un suculento porvenir? ¿Cómo taparse los ojos o volverle la espalda al "nuevo" «Ideal de la Humanidad para la Vida» del redivivo Salmerón del neoconsocialismo español, el Sr. Pérez Rubalcaba? Como siempre, bien que puesta al día, se trata de la decimonónica doctrina del Paraíso en la Tierra, del opiáceo, precioso y perfumado, porvenir: halagador, ecológico, progresista, humanitario, saturado tabernáculo de derechos sociales. Un porvenir ya advenido, sin embargo, para quienes «viven de» y «comercian con» su doctrina, pero que cuanto más mayúsculo —cuanto más Porvenir— menos paladearán en vida los adoctrinados. El Partido Socialista, el mago del Porvenir, el que mejor sabe manejarlo y exprimirlo, para la consecución de su progresivo advenimiento, propone siempre la necesidad de quince o veinte años por delante, porque el Partido Socialista es "un proyecto de futuro", especialmente para quienes no viven de él. En los años ochenta, el proyecto era el Programa 2000, la Escuela Nueva; en el 2000, el Programa 2020 y la Nueva Escuela Nueva, y así, insaciablemente, ad infinitum. Pero el futuro político no existe, porque lo que hay, lo único que en efecto puede haber y hay, es el presente, cuyo siempre perentorio negocio excluye el concurso de los tontos:

—«Yo no soy tonto», por eso "te invito" a «pagar menos por lo mismo o, incluso, por más.»

Lo que, en el contexto neoconsocialista, significa: «yo también puedo ser (vivir y hacer) lo mismo que la derecha, pero sin tener que pagar sociopolíticamente el ruinoso precio que la derecha paga por el hecho de serlo.»

Para entendernos con un solo ejemplo de los muchos extraíbles del fuero más íntimo de quienes piensan lo que en modo alguno jamás dicen: —Me gustan las guerras. Sin ellas, ¿cómo podría pertenecer al Gobierno de un país que ocupa el sexto puesto en la competición mundial de la venta de armas? Pero somos conscientes de que las guerras son acciones irracionales, insostenibles al margen de nuestro humanitario sentido progresista. Ello justifica nuestra obligación de bendecirlas en los foros internacionales democráticos, como la ONU, en los que se las promueve o rechaza con el veto o el voto de China o de Cuba —Estados "democráticos, socialistas y progresistas".

(Cf. «Sobre los dos PSOEs y la «Carta ética de la Internacional Socialista» (VI)»)


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R. Malestar Rodríguez
rmalestar@gmail.com
(21/05/11)


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